Bartleby, el escribiente
Autor:
Herman Melville
Edición y traducción: Eulalia Piñero
Editorial: Espasa Calpe
Colección: Austral Narrativa
Diseño de cubierta: Joaquín Gallego
Depósito legal: M. 22.372-2007ISBN: 978-84-670-2586-6
Páginas: 110
Edición y traducción: Eulalia Piñero
Editorial: Espasa Calpe
Colección: Austral Narrativa
Diseño de cubierta: Joaquín Gallego
Depósito legal: M. 22.372-2007ISBN: 978-84-670-2586-6
Páginas: 110
Herman
Melville (Nueva York, 1819-1891). Este escritor, considerado uno de
los novelistas más importantes de la literatura estadounidense,
nació en el seno de una familia acomodada. No obstante, pudo
disfrutar poco de esta bonanza económica, ya que su desarrollo
personal coincidió justo con la quiebra financiera de sus
progenitores y la muerte de su padre acaecida en 1832. Esta serie de
infortunios le obligaron a desempeñar diversos trabajos: a la edad
de 12 años, por ejemplo, trabajó como copista en el Banco Estatal
de Nueva York (experiencia que sin duda le valdría a la hora de
crear este relato breve que hoy nos ocupa de Bartleby,
el escribiente),
y también desempeñaría otros oficios variopintos como granjero,
oficinista o maestro. No obstante, un espíritu inquieto como era el
suyo hizo que en 1841 se enrolara en el barco ballenero “Acushnet”,
que partía con destino a los mares del Sur. Su experiencia como
marino sería la base de su primera novela Typee
(1846),
que narra su estancia en las islas Marquesas con descripciones
pormenorizadas de aquel bello lugar y sus habitantes, y que introduce
ya un tono revisionista acerca del concepto del “Salvaje” en la
línea del “buen salvaje” de Rousseau, dado que siempre intentará
mostrar las similitudes que él mismo comparte con aquellos
habitantes de la Polinesia, y, por otra parte, aprovechará para
introducir comentarios acerca de la crueldad de las avanzadas
civilizaciones occidentales siempre que pueda.
Su
primera novela gozó de buena acogida por un público que se mostraba
deseoso de conocer nuevas culturas, esto hizo que el autor siguiera
en esta misma línea al escribir su segunda novela, ambientada esta
vez en Tahití: Amoo:
narración de las aventuras de los mares del Sur
(1847), que lo confirmaría en sus grandes dotes como narrador.
Por
otra parte, su experiencia en 1843 como arponero a bordo del
ballenero “Charles and Henry” será plasmada en su novela
Chaqueta
blanca
(1850), y, cómo no, será el sustrato de una de las más famosas y
conocidas de sus novelas, toda una alegoría sobre el Mal, nos
referimos a: Moby
Dick
(1851). Con esta obra y también con la anterior, Mardi
(1849), Melville se introduce en el estudio de la naturaleza humana y
en la indagación de los conceptos del bien y del mal, algo que no
dejará de ser una constante ya en toda su obra, y que tendrá
también un aspecto crucial en Bartleby,
el escribiente,
la obra de la que hablaremos ahora con más profundidad.
Otras
novelas, pero ya consideradas menores por la crítica, son: Pierre
(1852);
The
Piazza Thales
(1856); The
Confidence-Man: His Masquerade
(1857); aparte nos dejó en el género de la poesía: Batle-Pieces
and Aspects of the War
(1866) o Clarel:
A Poem and Pilmigrage in the Holy Land
(1876). Por último, solo nos quedaría por decir que después de su
muerte aún se descubrió un texto inédito suyo: el manuscrito de su
relato Billy
Bud.
Respecto
a Bartleby,
el escribiente,
se pueden decir muchas cosas, ya que es mucho lo que aporta no sólo
al panorama literario sino también al filosófico e intelectual de
su época y también de las posteriores.
Comenzaremos
diciendo que este cuento se publicó de forma anónima en dos
entregas: una tuvo lugar el 1 de noviembre, y la otra el 2 de
diciembre de 1853 en la revista Putnam’s
Monthly Magazine,
consiguiendo enseguida un reconocimiento unánime de crítica y
público. Con posterioridad pasaría a formar parte de su libro The
Piazza Tales
(1856). Y ya más cerca de nuestra época esta pieza sería adaptada
al cine por Crispin Glover en el año 2001.
La
importancia de este texto estriba sobre todo en su carácter
enigmático, ambiguo, nihilista, ya que está considerado como un
digno precursor de dos tendencias posteriores: la literatura
existencialista (recordemos si no la frase “Me es indiferente”
del protagonista de El
extranjero
de Albert Camus) y de la literatura del absurdo (con obras de la
relevancia de la pieza teatral Esperando
a Godot
de Samuel Beckett). También podríamos definirlo como un texto nulo
o vacío (inscrito también dentro de los escritores llamados del no
o de los artistas del silencio), puesto que es capaz de crear un
espacio vacío que el lector ha de llenar con sus propios
pensamientos e interpretaciones. Y este es uno de sus grandes logros.
Para
ello, todo es sencillo, una estructura sencilla, una trama sencilla,
y en general pocos datos, solo los suficientes y necesarios para que
nos situemos en la historia, espacialmente, en una oficina de Wall
Street en la que cada trabajador desempeña su labor en una especie
de cubículo, y en la que Bartleby no tiene ni siquiera vistas ya que
su ventana da a una pared de ladrillos; temporalmente, tenemos una
mirada retrospectiva del narrador y un espacio temporal relativamente
corto, el escaso tiempo en que Bartleby trabajó en su despacho, y
luego, pocos datos más, de hecho, no sabemos ni el nombre del
abogado ni el nombre de verdad de sus tres empleados, ya que el
abogado los identifica mediante tres simples apodos relacionados con
la comida: Turkey (pavo); Nippers (tenazas) y Ginger Nut (nuez de
jengibre). Aquí tenemos ya quizá una llamada de atención del autor
que nos quiere hacer ver que el protagonista y, en general, la
sociedad solo se preocupa de cubrir las necesidades básicas y a
veces ni eso como son comer y beber; en cuanto al protagonista nos
dice el narrador que solo se alimenta de bizcochos de jengibre, queso
y migas… al estilo quizá de los ratoncitos con los que guarda
cierta similitud también cuando corre a refugiarse en su cubículo
de trabajo ante cualquier problema.
La
atmósfera que consigue crear con todo esto el autor es enrarecida,
agobiante, de desesperanza total, y consigue transmitirnos verdadero
desasosiego y malestar, aunque a veces se encuentre suavizado o
tamizado con alguna pincelada humorística como cuando tanto el
abogado como sus empleados empiezan a utilizar todos con mayor
frecuencia el verbo “Preferir” por contagio con Bartleby, que
está continuamente utilizándolo en su famosa frase “Preferiría
no hacerlo”.
Se
trata de un estudio perturbador e inquietante sobre la conducta
humana que tiene pendiente en todo momento al lector que asiste
atónito a este pulso que se produce entre un jefe mediocre (al que
solo le preocupa haber alcanzado cierta posición social) y un
empleado también mediocre, perfectos ambos para mostrarnos hasta qué
altas cotas de incomprensión, incomunicación y alienación se puede
llegar en una sociedad excesivamente mecanizada y deshumanizada como
era la del autor y que también supo criticar la película de Tiempos
Modernos
de Charles Chaplin, pero que sería perfectamente extrapolable
también a la nuestra.
Tampoco
podrá dejarse de preguntar quien lee, como lo hace el protagonista,
cómo uno podría llegar hasta ese punto… en principio, se podría
pensar que por rebeldía o arrogancia o que era una medida de
resistencia pasiva… pero, como ya hemos visto, es más bien todo lo
contrario, ya que en Bartleby hay una falta evidente de objetivos e
interés, un darle todo igual, un vacío de voluntad que nos llega
algunos momentos a exasperar y otros a conmover o a dar pena, el
abogado nos dice al final del libro que le ha llegado un rumor
referente a Bartleby y es que antes de trabajar para él estuvo
empleado en la Oficina de Cartas Muertas, era el responsable de
clasificar aquellas cartas que no iban a llegar nunca a ningún
destino porque sus destinatarios estaban muertos, con eso quizá está
dicho ya todo.