miércoles, 8 de julio de 2015

LUIGI PIRANDELLO "EL MANTÓN NEGRO"


Pirandello es uno de los pilares del teatro, pero también creó grandes personajes de novelas, ensayos y relatos que reunió bajo el nombre de Relatos para un año; fueron publicados en quince volúmenes a lo largo de más de una década, el primero de los cuales, Mantón negro, apareció en 1922. Son relatos sin héroes, pequeñas obras maestras gracias a sus perfectos mecanismos narrativos, a sus diálogos hábilmente construidos o a la extraordinaria modernidad de sus personajes que se manifiestan con gestos guiñolescos y una locuacidad que deja al descubierto sus secretos. 

En este volumen se reúnen dos cuentos con unos personajes que viven como si no tuvieran la posibilidad de tomar sus riendas y otros movieran los hilos. Ambos relatos, en tono de tragicomedia, encierran una reflexión sobre la entrega y el sacrificio, la vejez, la servidumbre, la herencia y las posesiones materiales, y por supuesto la dignidad. Los diálogos son costumbristas e ingeniosos, los personajes bien perfilados y los escenarios muy dibujados.




El Mantón Negro

Eleonora queda huérfana muy joven y a cargo de su hermano menor, Jorge Bandi, y de otro chico, Carlo D’Andrea. Sacrifica su juventud para que los dos tengan una buena educación. Su sacrificio da frutos y los muchachos se licencian en derecho y medicina pero se sienten en perpetua deuda con Eleonor y la vida y el carácter de los dos hombres trascurre encorsetada y rígida; mientras Eleonora, como buena madona siciliana, va madurando y engorda como una vaca.
D’Andrea el médico y Bandi abogado: trabajan sin parar y compran una finca en una villa, adonde envían a Eleonora a “descansar”. Ella no ha cumplido más que 40 años y aunque no se arrepiente de todo lo que ha empeñado a favor de los chicos, echa en falta las diversiones y amores propias de la juventud pero está resigna.
En la villa conoce a Gerlano, a un campesino adolescente, cazurro y gordo, obligado por el padre a estudiar; 3 años lleva intentado acabar un curso, y le resulta imposible. Sufre. Eleonora entonces se ofrece a darle clases y no puede evitar reírse de Gerlano, pues no hay caso. Un día, sin embargo, el joven se abalanza sobre Eleonora y la fuerza.
La vergüenza de un embarazo en tales condiciones, a punto está de acabar con Eleonora y cuando mira a Gerlano  siente todavía más vergüenza.
Se sincera con Carlo, el médico y Jorge, el hermano, fuerza una boda poniendo por delante una espléndida dote. La familia de Gerlano está feliz, pues la inversión en el hijo dio sus frutos. Pero la novia solo quiere morirse y arrastra su vida como un mantón negro. Un mantón de luto.



La Renta Vitalicia

El arranque del segundo relato es estupendo: “Con las brazos apoyados en las piernas separadas y dejando colgar, como muertas, las manos terrosas, el viejo Marábito estaba sentado sobre el ruinoso poyete junto a la puerta de la roba”
Marábito, agricultor emigrante en Argentina, ahorró dinero y se compró unas tierras en su Sicilia natal, y una vez allí se dedicó a trabajar sin hacer nada más. Envejeció y al cumplir 75 años presionado por el cacique Sciné, llamado el Maltés, hace un trato con él por una renta vitalicia, a razón de dos liras por día; el Maltés como es mucho más joven, no duda en ganar, y se quedaría con la finca a condición de cumplir el trato hasta la muerte de Marábito.
Marábito se recluye en la ciudad, y sufre añorando su huerto, sus animales, odiando sus manos inútiles. Sin embargo, como pasa en las apuestas, pierde El Maltés. Entonces Marábito hace un nuevo trato con el abogado de este, Nocio Zágara. Su vida se extiende interminablemente, por sobre las peripecias de los demás. Entonces, la vida de Marábito, su conservación, se vuelve causa popular. Ven sus vecinos en su resistencia a vital  una posibilidad de venganza de los pobres hacia el abuso de los burgueses: Como Marábito ya enterró al Maltés, también podrá con el abogado Zágara, y después quién sabe con quién más.
Al parecer, la muerte se olvidó de Marábito. Y en vez de disfrutar lo que tiene por delante, el campesino lo sufre como una carga: se siente culpable de la muerte del Maltés, por haber vivido más, y también porque Zágara, que le tiene ley, ya le está pagando demasiados años de renta, por encima del precio de las tierras.