En una
plataforma petrolífera, aislada en medio del mar, donde sólo trabajan hombres,
ha ocurrido un accidente. Hanna una mujer solitaria y enigmática que intenta huir de
su pasado va hasta allí para cuidar de Joseph, un hombre
que se ha quedado temporalmente ciego.
Entre ambos nace una extraña intimidad,
llena de secretos, verdades, mentiras, humor y dolor. Ninguno saldrá indemne de
esta relación que marcará sus vidas para siempre. Una película sobre el peso
del pasado. Sobre el silencio repentino que se produce antes de las tormentas.
Sobre veinticinco millones de olas, un cocinero español y una
oca. Y sobre todas las cosas, sobre el poder del amor incluso en las más
terribles circunstancias. La
vida secreta de las palabras
anuncia como tema el sobrevivir al pasado, cómo superarlo, cómo convivir con él
en el presente, cómo a menudo es imposible olvidarlo del todo.
De este guión nace la película
de la directora catalana Isabel Coixet, que
empieza con una secuencia corta que muestra un incendio en una sala de máquinas en una plataforma
en el mar. Hay un corte y a continuación el espectador está confrontado con un
entorno totalmente diferente, se conoce a la protagonista. Hanna es una joven
mujer sorda que trabaja en una fábrica donde ejecuta un trabajo corporalmente
muy duro. Después de unos minutos de película el espectador puede deducir que
la vida de la joven está dominada por una monotonía extraña: por ejemplo come
siempre lo mismo – arroz blanco, pollo y manzana – y respecto al trabajo nunca
se toma vacaciones ni se ausenta por enfermedad. Su existencia tiene un
carácter triste, gris y melancólico y en general se puede decir que vive en un
aislamiento casi absoluto en el que su empleo parece servirle como un tipo de
refugio.
La
vida secreta de las palabras es un
alegato contra la tortura humana y sus consecuencias.
Una película adusta y sutil, bella hasta el dolor,
sabia como pocas. Una delicia con un conclusión final hermosa y memorable.
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