sábado, 18 de febrero de 2012

LOS ÚLTIMOS MADROÑOS. Milagros Salvador


LOS ÚLTIMOS MADROÑOS
Milagros Salvador
Ed. Huerga Fierro

Interesante libro de cuentos en el que su autora nos ofrece gran variedad de temas con un denominador común, Madrid, que es el lugar en el que se desarrollan la mayoría de sus historias. Historias tristes, entrañables, dulces, evocadoras, que Milagros cuenta con una prosa ágil, muy descriptiva y a veces con tintes poéticos.
Abre este libro "La Carola" que refleja a través de la imagen de la señora que vendía las chucherías a los niños, toda una época. "Las manecillas del reloj tienen las aristas afiladas", relato costumbrista cuya protagonista es la dependienta de un boutique. "La abuela Balvina" nos cuenta la historia de una niña que se parece mucho a su abuela y termina de forma sorprendente. "Cometa de tres colores" una mezcla de colores y recuerdos de la guerra y la sangre de un  niño. y así un total de veinticinco cuentos, entre los que resulta difícil quedarse con uno.
Cierra el libro con tres parábolas: "La casa", "tres hermanos" y "mafioso a sueldo", que nos harán pensar.

jueves, 2 de febrero de 2012

"LA FALTA DE LECTURA" de JOSÉ RAMÓN OTERO ROKO. DVD

      1.  

        La Falta de Lectura
Un libro, de poesía contemporánea, de José Ramón Otero Roko, en la editorial DVD, con prólogo de Virgilio Tortosa, profesor de Literatura Comparada de la Universidad de Alicante, y epílogo de Constantino Bértolo, antiguo editor de Debate y hoy responsable de Caballo de Troya.

José Ramón Otero Roko (Madrid, 1974) ha publicado anteriormente el libro de poesía Por el arcén (Ediciones Libros de Letras, 1998). Ha sido editor de ese mismo sello y ha desempeñado diferentes tareas como activista y trabajador de la cultura. En la actualidad colabora puntualmente con el semanario Cambio 16, el periódico de actualidad crítica Diagonal y diversas publicaciones en el campo de la crítica cinematográfica. La escritura de este texto le llevó más de diez años de su vida.

Conviene señalar cuál es la licencia de este libro. Es una licencia poética, concretamente una licencia de copyright libre... Muchos y muchas habréis oído hablar de Creative Commons, y de sus diversas modalidades, que autorizan unos usos y prohíben otros. Bien, este libro lleva una licencia GNU/GFDL de documentación libre, no sólo permite la libre difusión del mismo, sino, y ahí está el punto de inflexión, su reescritura.

La licencia, “copyleft“ en el lenguaje técnico, es la misma que llevan los manuales de código abierto, pensada para que un texto esté en permanente actualización y transformación por la comunidad. En lo que respecta a este poemario, expresa el deseo, al menos la posibilidad, de que un lector, con el paso del tiempo, lo reescriba y lo convierta en algo de todos, otra vez.

Y los textos de Virgilio y Constantino acompañan a los poemas en este ofrecimiento de la propiedad intelectual del libro a la inteligencia de la gente.

Si no nos equivocamos, la presente edición es la primera que se hace, en una editorial importante de poesía en este país, con un copyright de estas características.

La Falta de Lectura tiene 128 páginas y un precio de 9 €

PRÓLOGO
    (Extracto del prólogo de Virgilio Tortosa)

    DECIR/SE PARA VOLVER A INSCRIBIR/SE

    El lenguaje lo carga el diablo. Desgastado por su propia deriva histórica hace tiempo que ha dejado de significar a la manera convencional como lo utilizamos normalmente (‘automatizada’ como dijeran los formalistas rusos): no podemos olvidar que la poesía oficial o canónica desde los ochenta cayó en las vías muertas de su ‘normalidad’ que se volvió subnormalidad (en buena parte de los casos) por no dejar margen de maniobra para el discurso subversivo, crítico, experimentador… extirpado o derivado a la periferia del ecosistema cultural de nuestro tiempo, aquejado por el penoso lastre que impone la presión normalizante del discurso poético en nuestras lides.

    El encadenamiento histórico del lenguaje por inercia, decíamos, uso y abuso, tergiversa el sentido de las palabras hasta conseguir subyugarlas a una lógica bienpensante. Sabedor de ello, su autor no pretende otra cosa sino una compleja labor de zapa levantándole la piel al/del lenguaje para entrever sus costuras y pliegues, su revés, y comenzar así a nombrar de nuevo el mundo desde cero generando un nuevo orden, libre ya de esas viejas ataduras e incontrolable al poder, para lo que se hace escurridizo como grasa animal y líquido como agua capaz de colmar toda sed. Toda una subversión del orden establecido desplegada a lo largo del poemario desde su estrato más primario y la materia básica del poeta: el lenguaje. Es, pues, la escritura de José Ramón Otero Roko una labor permanente de dinamitado del lenguaje, minando a cada cruce sus posibilidades sígnicas y volviéndolas a generar bajo una nueva significancia, ahora libertaria, ácrata, y sin más reglas que su sola combinatoria: no en vano será el orden de las palabras y su ritmo el que generen toda la fuerza sígnica/significativa del poema en una deconstrucción (y posterior reconstrucción) perpetua. Es por eso que disloca toda gramática al uso, subvierte sintaxis (cruce imposible de estructuras), desreglamenta léxico (mezcla palabras creando un nuevo léxico a través de combinatoria audaz mediante el portento de su fricción fónica, transgrede campos semánticos, desaparece repentinamente palabras) trastoca concordancias generando discordancias, altera puntuación, trampea acentuación imposible, coquetea con mayúsculas caprichosas, encabalga versos y parte azarosamente a final de verso palabras, altera imposibles formas personales del verbo, preposiciones… Si una de las características históricas de la poesía de todos los tiempos fue su sonoridad o fonación, el poemario saca partido a toda ambigüedad posible que genera el “decir” del verso oralmente a través de una resemantización según la pronunciación versicular, provocando un ramillete de posibilidades sígnicas que en cualquier caso eluden toda monosemia; tal es el caso de “abría” que puede ser perfectamente “habría”, o “Í vamos” puede ser según convenga “Y vamos” o bien “Íbamos”, u “hoyo” puede ser “o yo”, o “de talle” pasa a “detalle”, o “en su vida” se puede convertir en “en subida”, o “en lo que le es” puede llegar a ser “en lo que lees”, pero también otras más dificultosas como “envidia o muerte” para poder significar “en vida o muerte”, “ves / o” que puede convertirse en “beso”, “se” que puede tener la doble acepción semántica según verbos “ser” o “saber”, o “se vahacia el vacío” que puede significar “se va hacia el vacío” aunque también “se vacía el vacío”, o “y a / l fin” que puede significar “ya al fin”, o “que se entiendo” que pasa a significar “que sintiendo”, etc., etc. Ya no es tiempo de esperantos universalizadores sino de locales distorsiones al calor de la lumbre al acampar en la montaña. Es obvio que el presente artefacto no está pensado para miradas complacientes y lectores convencionales porque los ahuyenta a primeras obligando a repensar todos los órdenes de la escritura, obligando a romper todas las camisas de fuerza que como lectores nos hemos ido (im)poniendo, obligando a abandonar como lastre todos cuantos prejuicios nos conforman como lectores en la antesala de su umbral de La falta de lectura. Excesivo o necesario, según se mire, reto para una sociedad medida por el rasero de su simplificación normalizadora (y/o imbecilizadora llegado el caso).

    Todo lenguaje opaca siempre más que licúa, transparenta como el barro y espesa como el agua. Sabedor de esa fragilidad, la poesía de Roko evidencia el poder líquido de las palabras siempre escurridizas como torrente de manantial en busca de su lecho, inasequibles al desaliento e imposibles de cualquier doma a toda lógica humana: la poesía no es otra cosa sino la tensión entre el orden y el caos de esa (a)lógica lingüística a que la naturaleza humana nos ha dotado desde bien atrás. La poesía esconde más que muestra, vela más que revela, y la realidad se nos muestra siempre sospechosa: el lenguaje es puro cegamiento dijera Gadamer, y en ésas estamos poniendo ojos a los cuerpos con los que percibir nuevamente. De escribir por primera vez esa realidad se trata en esta La falta de lectura, volviéndola a nombrar, por esta vez de un modo original por nuevo, como si fuera la originaria: un signo virginal capaz de hacernos temblar nuevamente como si fuera el primero de los tiempos. Acaso sea ése el único reto posible de la poesía en este nuevo siglo: nombrar lo imposible. Para obviedades ya están los otros discursos de nuestra realidad, incluida una parte sustancial de la publicidad y del cine que nos llega, pero también de la narrativa y del teatro que triunfan; en cambio, la poesía puede llegar a ser, debe serlo por su vocación marginal y por una ubicación liminar tan singular en la actual sociedad, ese espacio diferencial de libertad absoluta como la concibe el creador de estos versos.

    Por eso el lenguaje nunca refleja, por más que se pretenda, la realidad sino que en todo caso la refracta (“la realidad hecha de la ruina del lenguaje” [11]). En un pasado lejano se quiso posesión pero nada más lejos en plena modernidad sino desposesión traumática de su hablante: “Todo se vacía en lugar de lo escrito” (8). Lo creemos dominar (existen técnicas como la oratoria, la retórica y la poética en el caso que nos convoca) pero en realidad nos domina él a nosotros. Quizá por eso, sabedor de ello, su autor no coquetea con todos estos fenómenos marca de la vieja lírica desde su origen mismamente, sino que la entrega enjuta, crujiente y forzada para su fin nominativo originario. Y elige como estrategia lingüística la destrucción por nueva forma de construcción. Un ejemplo de dicha de(con)strucción virulenta ejercida en el interior del poema será el titulado «Continuidad de z e r o» que dice: “El silencio le /e le tras a letr / a palabra / s a / palabr /as.” (44), y del que no nos resulta difícil reconstruir su orden normalizado “El silencio lee / letras a letra / palabras a palabras.” (como ocurre en el atropellado “menost uenel espejo” (61), etc.), pero donde más difícil resulta generar el orden oculto con el que pretende crear las claves de lectura el poema a partir de un juego matemático que lo sustenta (tras esa desestructuración lingüística), al ser la «a» (de «letra») última letra de esa palabra al tiempo que primera letra del alfabeto, y por eso singularizada en el poema (cual preposición) a principios de tercer verso, del cual se vuelve a caer la letra «s» final de («palabra») como segunda de a bordo en cualquier letra (por generar su plural), de lo cual deducimos un orden oculto connotado en el que el poema nos indica que «leer» «tras» «as» (primera y segunda letras) es generar, a resultas, una «Continuidad de zero». Cabe añadir que el frecuente juego de discordancia de número (combinatoria de singulares y plurales) no pretende sino afirmar la singularidad del acto vital, tal cual el lenguaje, bien que lo consensuemos y validemos socialmente para legitimarlo: En «Volver» se habla de “La palabras / las palabra”; una sustracción del plural en ciertas palabras para resignificarlas.

    Decir es el acto supremo humano; acto potencial de construirse pero impotente mascarada de quien se “borra” en el acto de “nombrarse” como nos dice el poema «Peso de un niño», porque su densidad es precisamente la de lo que se sabe proyecto de futuro sin más peso específico (25), porque las palabras se quedan siempre desoladas, heridas por la impotencia de lo que nombran y no poseen: quizá por eso “todo lo que escribe / escribe contra Uno” (34). Y nombrarse es el lugar de la desposesión perpetua, como nos recuerda el verso “No ha lugar Que yo nombre” para luego sentenciar “Quedo Del otro lado Nadie Fuera…” (66). El lugar de la ausencia de identidad, también pasto del lenguaje: “Qué me llama yo” (72) dirá en los versos finales del poemario. Siendo artefacto lingüístico el poema, su lenguaje evidencia las trampas y embustes continuos de los que no hay escapatoria sino pura deriva: “Entregado entre / Un sentido errado, herrado / Entre un si o / O un nos” (41). Una ceguera (la del lenguaje) “halla o no haya / luz, si sonámbulo te acompañas” bien que antes el sujeto poético haya aclarado “que no comprendo aquello que no / digo”, porque como comienza el poema «Mirada escrita de los ciegos» “nos lo enseñan todo las palabras, todo / como ocultan sumidas subsumidas en su / nombre propio, ensimismadas tanto / en lo visible como tampoco has de re /clamarlas grito decir luz gritar grito” (38). Motivo por el que la poesía se halla en el entretanto, en el camino hacia el decir sin pronunciar: “nada solo está perdido, está vacío entre / las voces entre las palabras silencio fuera” (12). Como sombras que acechan, el lenguaje siempre se nos vuelve en contra nuestra como pesadilla en persecución: “Temes las letras. / V / Mas a la muerte,” (7), esto es: “Temes las letras. / Vas / a la muerte” pero al tiempo “Temes las letras / Más a la muerte,”.

    Un juego de sístole y diástole que derruye y construye simultáneamente evidenciando esas trampas taimadoras del lenguaje y proponiendo un modo diferente y un orden del discurso alternativo al uso normativo: el discurso poético es un juego, lingüístico, pero juego deconstruido y sin reglas acaso. Allí donde se ensanchan sus posibilidades y comienza toda vida tras su umbral.

    Virgilio Tortosa

    POEMAS
    (Extractos de las diez partes. El libro completo lo componen 47 poemas).

    Asiento

    hay que llegar, extraer
    unos minutos hasta que el silencio,
    éste incluso, asiente su ámbito sobre todo
    o lo tuyo. No oponerse
    nervioso, encendiendo el fuego
    ni la música, ni cerrar ya los párpados,
    demasiada
    sería severa la materia
    sin silencio ni haber visto sin sonido
    uno forma alguna. Nada presencia
    tu angular. Esto fuera y será el presente.
    Nada se extrae en la mecánica.
    Transcurre nada en un sólo el tiempo.

    Ya

    Deja

    a los ojos que te minen hasta el umbral
    comprobando que ningún objeto
    nos adquiera con su ruido. Ahora
    el tiempo comienza: a dejarte
    de pasar, eres lo único vivo
    para ti mismo. Temes las letras:
    V
    M as a la muerte,

    Un punto final

    [ El silencio disiente de nosotros para no diferir
    con palabras su norma propia. Nos repite
    rescindidos como estamos a caminar siempre
    a un lado y de otro en los contornos
    de un círculo. Funámbulistas, lectores
    a los que la gravedad de un nudo no aparta
    de atravesar la garganta como peces entre la prisa
    de un circo o
    nómada y desierto Se nombra
    a esta distancia siderable de la mirada, lejos
    de alejarnos de lo escrito, cuánta diferencia cerca.
    Sé nada de la gravedad del pez evitando el risco
    aún. Ignoro en el cañón, cuánta corriente abajo, el cebo
    se retuerce, la piedra se desciende, la prisa nos ahoga,
    el circo se recoge, la cuerda se rompe, el círculo comienz
    a, la circunferencia, la oscuridad que proyecta, qué despide.
    El silencio no observa un ángulo posible. Callar ensordece
    el punto y el final. Decir, mutar, acabo de leer,
    enmudecer ante la existencia de la única palabra. ]

    Deseo del lector

    / las manos

    poseen

    a la distancia

    de las palabras /

    (Asaltar ninguna muralla para tomar la libertad)

    la vida lo ha dejado todo en mi ausencia
    me lo ha tendido todo en el espacio que he dejado
    sin comprensión ninguna, en su justo término
    en el lugar del vacío:

    -qué quedamente, como gira del mundo, ruedas.

    la muerte te lo ha cerrado todo te lo has cerrado
    para establecer un sitio, proteger una muralla
    rodear hacia fuera cualquier palabra otra
    decidir qué hablas qué no sabes qué lenguas:

    -qué permaneces del mundo, a qué centro inmóvil.

    te has presenciado el presente y el futuro
    nada vacío trajo una sola vuelta de ella
    para su cara y se detuvo en dos vida
    aquella muerte que plasme y que sangre:

    -como todo a nuestra contra, hacia qué dentro.

    No tiene ninguna importancia

    Todo lo que
    lee, lee,
    contra vosotros

    Todo. Vuestro diccionario
    escribe contra vuestra lengua
    contra vuestros ojos

    / nada
    nunca
    nada
    termina /

    de mirarse, todo se repite
    por ultima ve
    z, la palabra nunca escuchada
    la palabra que v
    es
    esta mirada que se encierra sobre todo

    todo lo que creo
    creo contra vosotros

    las letras de las que pensasteis fueran un objeto
    a todo a lo que llamarais hecho

    con la consistencia justa de las cosas
    que se llevan al viento
    todo
    lo que tuviere algo del fuego o lo que des
    arma frágil el sentido, casi todo lo que
    le es una sola noche contra la que el tiempo

    todo lo que escribe
    escribe contra Uno.

    La lectura, cuando es falsa

    ¿Cuántos años contó? Qué suma
    de intervalos resultaría el tiempo,
    que vacío futuro ya visto y pasado
    por alto y qué sentido
    me ha llevado. Si todo
    tiene más que un precio y nada
    es gratuito, con qué obviamos
    significado, con qué nos decimos – ya
    dicho todo, tanto
    Falta. Sima
    en las grietas, sima y falta
    en los huecos ¿Qué me he hablado
    en los años.
    ¿Quién cae y que callado
    se enfrenta.
    ¿Qué comunica y a qué sedice.
    Todo es antiguo excepto la palabra.
    Todo corresponde y Todo se opone
    a lo que lees cerca y mata.

    • Yo no te entiendo en mi escritura.
    • Yo sólo te aprendo en lo que me leo.
    Despacio

    Temprano, cada mañana,
    Indefenso como la vida misma falta
    del arrojo en carreteras de tortuga
    que los pies no olvidan nunca del suelo
    hasta después de encontrarte, entro,
    extravío de arquitecturas de talle
    imperfecto, debe de esquinas
    a pájaros en dietas de luces, debe
    de haber mirar unas débiles alas atadas
    que hagan memoria en su cielo abierto
    que no desacuerden el fondo de ningún principio.

    Nuevo

    Es lo perpetuo lo que no dura siempre.
    lo que no fundan los poetas.
    los que no agitarían el bijol sobre el lenguaje.
    Porque aquellos, nosotros, los que jamás perecen:
    un cansancio, una pereza, una negligencia.

    A todas esas mentes cortas, rectas,
    parecerá locura lo que no es melancolía y maginación
    lo que fundirán en cobre letras.

    Lengua para pronunciar cada palabra

    abríamos al decir en el umbral únicamente
    a cada cosa, despedirnos como en el mar
    las redes saludan antes de tomar el impulso
    y su parábola. No es el arco pronunciado el que te alejas
    sino el modo en que perviven los ahogados
    su imposibilidad de morir entre peceras.

    A la Historia

    Qué prende desconocido
    en su silencio
    Qué me llama yo

    desde donde hasta en dónde
    marchamos
    en ser escaleras
    que observan su sentido

    Nada nos concede el descenso
    en absoluto nada descansa
    cualquier imperfección otorga un fin al sueño

    preguntas lo
    preguntas siempre

    Mira la mano
    que no da la palabra
    el beso de las mariposas
    que escritura
    con los ojos

    a donde a
    dónde

    Ya ves
    como simiente
    decir

    Que en la juventud no
    engendramos
    principio
    ni fin.

    EPÍLOGO
      (Extracto del Epílogo de Constantino Bértolo)

      El lector

      La especie lector de poesía dominante se caracteriza por la autosatisfacción y el narcisismo que en el espejo poético encuentra. Como lector de poesía se siente distinto, es decir, superior, es decir, inmortal, porque al fin y al cabo es uno de esos elegidos- pocos en tiempos tan prosaicos- que son capaces de descifrar y sentir el lenguaje de los dioses: la belleza. La poesía – en tanto metáfora del Arte- genera un derecho de admisión, un espacio privado, que los lectores disfrutan y capitalizan. Ese lector de poesía siente – sentimiento que el crítico de poesía también suele compartir- que la lectura le reviste de distinción y le confirma la posesión de una sensibilidad refinada que eleva al tiempo su autoestima y su consideración social. Para ese lector de poesía leer es reconocerse (agradablemente), afirmar (encantado) su pertenencia a la casta de los elegidos, su entrada (merecida) a esa alta vía humanista que nos redime del anonimato social, de la mediocridad existencial y de la muerte en definitiva. Para ese arquetipo de lector de poesía, y ese lector es hoy el lector hegemónico, – “Sólo bajo la cobardía os enseñan a leer”- leer poesía es renovarse como alma selecta. De ahí que toda poesía que no le ofrezca esa imagen de sí mismo sea cuestionada o rechazada. Dicho esto hay que convenir en que los lectores y lectoras de La Falta de Lectura nada de esto van a encontrar: nada que les halague el alma, nada que acaricie o calme su sensibilidad, nada donde acrecentar el narcisismo y sí mucho de duda, mucho de miedo a no entender y mucho de puesta en cuestión de su inteligencia poética, porque, las rupturas con lo predecible, las dislocaciones y las múltiples discordancias morfosintácticas, o semánticas, presentes en el lenguaje poético del libro, actúan como un campo de minas que hace saltar por los aires las expectativas poéticas convencionales. Y dado que toda Poética es una convención no cabe sino avisar de que este libro es un libro inconveniente y especialmente apropiado para lectores no dóciles, es decir, para lectores mal-educados.

      En momentos en que la mayoría de las poéticas hoy presentes en la actividad literaria española aparecen como correctas – sumamente correctas incluso-, bien pulidas, bien afinadas, bien instaladas en el buen tono y en la confidencias de clase (media) – peroraciones sobre el amor y el daño, sobre la pérdida de lo que nunca se tuvo, sobre la infidelidad al sueño de ser otro-, lo inconveniente se nos aparece como lo necesario. La poesía española actual es una poesía (con excepciones: dos o tres) que habla en voz baja, que se produce y consume entre amigos o amiguetes, moviendo guiños y pertenencias, exhibiendo metáforas autistas, o endogámicas, y a la que, aunque sin duda hay que agradecer que haya acabado con cualquier tentación de pomposidad retórica, es inevitable reprochar que haya optado por situarse en ese espacio plástico semejante al de las naturalezas muertas en donde reluce el brillo de la manzana y sobresale el quietismo formal de las líneas y sombras del jarrón correspondiente, o la transparencia virtuosa, y sabia, del vaso de agua inevitable. Una poesía neonaturalista en definitiva que no cesa de producir bodegones líricos en los que no falta nunca la vida interior como cobijo, la memoria como nostalgia, la nostalgia como futuro, la contradicción como confort y la tonalidad como buen tono. Que en medio de ese paisaje alguien recuerde que la pintura mancha y que las palabras pueden ser palabras destempladas no dejará de tener su consecuencia sobre ese panorama poético tan limpio, aséptico y aseado.


      - Constantino Bértolo

      POÉTICA Y DISCUSIÓN

      (Extracto de “Poética y Discusión de La Falta de Lectura” por José Ramón Otero Roko).

      POÉTICA

      Someter la conciencia a un examen, bajo un código de valores que no es de carácter religioso, es un ejercicio que a veces produce la consecuencia de la empatía. Entonces es posible comprender las acciones sin justificarlas y entender un poco más a otros seres humanos porque nos entendemos a nosotros mismos, acaso la punta de un iceberg hacia dentro, bajo la superficie. El rango de esta empatía es intelectual, que es un mal sinónimo de la frialdad excepto cuando se reduce a la erudición o a la música mediada, demediada, del culturalismo.

      Todos los que han regresado de algún lugar iban hacia el con una meta y volvían con un objetivo. A algunos de ellos les parecerá insignificante, en los tiempos que corren, el mio: escribir poemas. Lugar. Objetivo. Y meta. Lo que sea que se sienta dentro cincelarlo hasta no tener nada más que decir: esa es mi palabra, siento que haya seres humanos que sean así, yo escucho a estos otros y también me escucho. Esta es una poética, una manera del ser, una forma de lo real, una existencia individual que es una parte de la existencia colectiva. Lamento que tener que alimentarme haga de la poesía sólo una fracción, de esta fracción de esto, que es mi vida.

      Leía mientras el mundo oficial, unánime, dijo que estábamos al final de la historia. He leído los libros que se quedaban en las sobras de las librerías de lance, los que salían de las bibliotecas de los que me precedieron en la derrota que se nos auguraba y los que emergían de los sótanos, nuevos a pesar de haber sido editados treinta, cuarenta, años antes, limpios y viejos, como la Idea que sucede al fin de la historia (oficial). Ahora todo pasa o permanece como si la gente hubiera zanjado la lectura de la palabra antigua y eterna de la emancipación en que todas ellas retienen un pasado. Las palabras han estado matando durante todo el siglo XX, pero también, muchas más veces, sacando de las personas lo mejor de sí mismas, dando una vida mejor a los hijos de los hijos y a los hijos de estos, hasta que una minoría mayoritaria de la gente dejó de creerlas y optó por las cosas que no dicen nada.

      Seguramente las que han matado son las que, afortunadamente, nunca hemos escuchado. Las que quedan entre dos seres que tienen un arma y no les tiembla el pulso. Esas palabras se siguen pronunciando en lo alto, porque todos los asesinos se creen por encima de los demás. La poesía no llega hasta ellos, lo evidente es que la poesía verdadera nunca irá más lejos que nada menos que el interior de las personas que no se sienten por encima de nadie.

      No es posible disociar, si se bucea, si se miran las cosas que miran a sí, un sistema de ideas, de una poética. Esa discusión entre fondo y forma es, donde se da, autista, las cosas son el lugar en el que están, tienen la forma que la erosión les deja y el fondo copado de lo que les trae el viento, partículas de la degradación ajena más que de la propia, porque somos todos, el mundo es todos, y sigue siendo todos a pesar que, de vez en cuando, el mundo que es sólo de unos se nos meta como una brizna en el ojo o como un microbio que nos hace estornudar. Eso creo que lo olvidan los que profesan un arte mecánica, que como poco el mundo es muchos, y lo que para unos es un poema, para otros es el viejo mundo, es un pañuelo alrededor de la muñeca.

      Creo que el deseo que se enuncia en primer término es pulsional. “Necesito ser” por lo tanto “ser lo que no soy”, o una variante ajena de ello, “soy lo que en potencia puedo ser”. Creemos en lo que nos diga el otro a pies juntillas, un otro prosaico, teniendo sin embargo más a mano un otro justo e íntimo, “soy lo que diga el día de mañana”. Somos lectores, eso sí, eso está ahí de tanto en cuando leer con el mundo. En todo momento. Hay un deseo que se ‘dice’ y un deseo que se ‘hace’. Da igual que el escritor ‘diga’ que su deseo es tener 3000 lectores. El escritor ‘sabe’ (en el fondo de sí mismo, en el interior del acto de escribir) que si lo hace público la palabra es pública ‘ante todos’. El escritor sabe que va a ser devorado, no por el acto de leer, sino por su simulacro (la comunicación cultural, la gesta, en la que siempre sale derrotado, de ‘explicar’ su obra, y la recompensa implícita, de cualquier modo, que a veces arruina su universo simbólico) porque el acto en vez de detenerse ante el otro, y escindirse en sí mismo, se convierte en una transacción, en un intercambio con unos seres que ocupan el espacio al que antes recurrían las incertidumbres de la imaginación del escritor y que se dibujaban con la presunta pureza de los símbolos y que ahora son perfectamente capaces de hacer olvidar todos los sueños.

      Vivimos en un mundo en que a cualquiera que diga que es poeta se le aprehende a reproducir y normalizar el discurso del poder. Hay lectores que esperan otra cosa de la poesía pero la abandonan. Las escrituras mejoran, formalmente, para los que la técnica es un sinónimo de un artificio y no el desarrollo natural de una pulsación innata, porque ahora lo que escribe, aquello que sostiene en la mano las palabras, es el lugar que ocupan en ese submundo. Escribiremos entonces como ‘narradores’, ‘ensayistas’, ‘poetas’, ‘críticos’, poseedores de un lugar en un compartimento. Ya no se necesita ‘el’ orden simbólico, a veces este no ha estado más que a ratos, el orden simbólico está ya inscrito en el orden simbólico de lo que está aceptado, de lo que ha sido intercambiado por otros antes de nosotros, (esa era y es la moneda gastada, no una metáfora sino el día a día) de los que ya han hecho sitio en el mundo para que lo que eran nada menos que palabras ahora sean ‘gestos’, gestos a la manera de la retórica de la postmodernidad, gestos como versos sueltos de un poema que se teme sea leído al completo.

      Creo que si siempre que se hablara de cultura se pensase en una definición iluminada por los etnólogos sería mucho más esclarecedor. Leer es entrar a un comercio o a una biblioteca, en una parte de la comunidad, dar dinero en mano, o en los impuestos, por una mercancía, consumirla, a veces reciclarla en otro bien, a veces intercambiarla de nuevo, al final siempre ser mostrada como un objeto encima de una mesilla o en una librería, depositar de su interior parte en nosotros mismos. Simbólicamente es igual que comer o vestirse. Es un convenio, pero del orden de “nada muere, todo se transforma”. Lo otro del libro, su lectura y su escritura, permanecen como la digestión de los alimentos, o la temperatura del cuerpo entre las vestimentas. Casi invisibles, pero nos modelan intelectualmente, como la comida modela el interior del cuerpo, o la ropa modela silenciosamente nuestras acciones en un día de paseo.

      Sobre la llamada interior que siente el poeta a inventar un destino para el que haber nacido, creo que en el siglo XXI, después de más de seis mil años de escritura, cuando sabemos que toda la historia del siglo XX está llena de sacrificios traicionados, esfuerzos colectivos conducidos al abismo, decepciones, aún cada vez pidiéndole menos a nuestros congéneres, sólo que nos saquen de esta en la que nos han metido sus dioses, y cada vez más cerca de ver un final que dé en unos y de otros la razón libertaria, o sea, que nos los devuelva de la locura, el problema está en los líderes, en tener líderes, en esperar que uno solo sea la conciencia de muchos, el brazo de todos, el pensamiento de algunos. En este siglo estamos aprendiendo que cien de uno en uno son más que uno y noventa y nueve. Que el poder corrompe si no lo repartimos. Que el poder de uno es una novela y el poder de todos es poesía.
      José Ramón Otero Roko