lunes, 16 de marzo de 2020



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“A contraluz”
Rachel Cusk
Editorial Asteroide


Una escritora inglesa viaja a Atenas para impartir un curso. El argumento es tan sencillo como eso. Tan sencillo, y tan singular, porque su construcción no tiene nada de simple. Pese a estar narrada en primera persona, la protagonista apenas habla de si misma: el grueso de la narración se compone de conversaciones con los personajes que se cruzan en su camino, desde su vecino de vuelo a los alumnos del taller, pasando por un colega del trabajo, un viejo amigo y una autora comprometida con el feminismo. Más que un intercambio de opiniones, en las charlas cada interlocutor se vacía con la protagonista, hace su particular monólogo sobre aquello que ha marcado su vida, lo que le preocupa en estos momentos, su relación con la literatura. Balance del pasado y el presente en un ratito. La escritora se borra, en cierto modo de la narración y, en lugar de dar formal relato a través de la subjetividad, da voz a los demás que se sinceran con ella o como mínimo, le cuentan lo que quieren.
Tanto la original concepción de la obra como la profesión de la protagonista sugieren una reflexión sobre la escritura y lo que la rodea, el mundillo literario.

viernes, 6 de marzo de 2020

"LOS INQUILINOS DE MOONBLOOM" Edward Lewis Wallant,


“Los inquilinos de Moonbloom”
Edward Lewis Wallant
Libros del asteroide

Nueva York, años 50, inquilinos pobres provenientes de la devastada Europa que viven en apartamentos cochambrosos, el administrador que pasa a cobrarles el alquiler cada semana es un tal Moonbloon, un treintañero que se ve obligado a aceptar el empleo que le ofrece su hermano, pues ha alargado sus años de universidad sin trabajos previos. Durante las visitas a los inquilinos, en las que tendrá que soportar las quejas sobre el estado de las viviendas, conocerá a una variopinta galería de personajes que son en realidad arquetipos del Nueva York de la época. Poco a Poco Norman Moonbloom irá asomándose a las vidas de sus arrendatarios, descubriendo sus más íntimos deseos y penas. Su trato será el detonante de importantes cambios en la vida de Moonblom quien, desoyendo las exigencias de rentabilidad de su hermano y las indicaciones del sentido común, se embarcará en un desesperado intento por mejorarles la vida.

Wallant sabe transmitir la atonía de estas vidas, su tristeza plomiza, pero sin despreciarlas ni caer en el tópico. La riqueza de los personajes es sorprendente. Con breves líneas es capaz de trasladarnos el drama de Del Río, Paxton, Leni o Basellecci. En las escenas que Norman atisba, durante sus breves visitas, se encuentra la esencia de estas almas errabundas. Cada persona que se asoma a estas páginas goza de su personalidad, de su carga vital, por pequeño que resulte su papel en la novela.
La fuerza visual de sus metáforas, su frescura y originalidad dan prueba del talento de un autor que desgraciadamente murió a los treinta y seis años.

Wallant se instaló por un tiempo en un edificio similar a los que describe para captar mejor la esencia de esa vida en la que los olores pasan de puerta en puerta, donde el papel de las paredes es sólo un pegote irreconocible al que te puedes quedar pegado y donde los tabiques parecen sostenerse por mera piedad.
En una obra en las que se combina el dramatismo con el humor en sabias proporciones, que ilustra cómo afrontar un tema moral sin caer en el ridículo.